Recién levantados, nos
desperezamos en la terraza, frente a la impresionante panorámica del valle
Puster; las lluvias vinieron, descargaron y se marcharon durante la noche.
Tenemos un punto de melancolía, ya que este apartamento es tan bueno, que
utilizarlo tan sólo para dormir una noche nos parece un poco escandaloso. La
aparición de María haciendo equilibrios con cruasanes recién horneados y café
no contribuyó precisamente a atemperar nuestra nostalgia; pero así es el
planteamiento de nuestro viaje, un movimiento continuo y atrapar las
sensaciones al vuelo…
María se despide de nosotros
sugiriéndonos una ruta alternativa a la carretera del valle, infinitamente más
interesante en sensaciones: una vía vecinal, asfaltada, que trepa montaña
arriba y que nos promete una perspectiva inmejorable de la zona. Dicho y hecho,
a los pocos kilómetros tomamos el desvío a las montañas ignorando las
exclamaciones del GPS, que nos preguntaba adónde coño íbamos. Es domingo, y los
vecinos de las pequeñas aldeas van a la misa matinal. En algunos tramos, el
asfalto llega incluso a desaparecer, y definitivamente éste es nuestro primer
contacto con el Tirol idealizado, el de verdes praderas, casas de madera
envejecida y olor a naturaleza fresca.
Más allá de Lienz, encontramos el
desvío a la carretera más famosa del país: la Grossglockner, vía alpina de peaje, con un desnivel positivo de
1.500 metros, ahí es nada.
Nada más pasar las casetas de
peaje (25 euros para las motos), empieza a caer una fina lluvia, lo cual es un
molesto contratiempo, no por el agua en sí, sino porque las nubes nos impedirán
ver el impresionante paisaje que nos rodea.
Medio de casualidad, entre la
niebla, la lluvia y el frío cada vez más intenso, hemos llegado hasta la
estación panorámica del “Kaiser”
Franz-Josefs-Höhe, un ramal sin continuidad que nos pone ante la mole del
pico Grossglockner, el más alto de Austria… o más bien nos pondría si las nubes se abrieran ni que fuera un poquito. A su
derecha está el glaciar “Pasterze”, una lengua de hielo de nueve kilómetros,
igualmente invisible. Bastante frustrados, nos metemos en la tienda de souvenirs para matar el rato, entrar en
calor, y de paso escandalizarnos por los precios de los productos expuestos.
Saliendo de la tienda, tenemos
una feliz sorpresa: el cielo se abre por momentos, y finalmente tenemos ante
nosotros el espectáculo natural que habíamos estado a punto de perdernos.
Continuamos avanzando; el túnel
de Hochtor es el punto más elevado de toda la Grossglockner, con sus 2.505
metros sobre el nivel del mar en la boca norte. También es la frontera natural
entre las provincias de Corintia y Salzburgo.
Durante la prolongada bajada,
hacemos algunas paradas contemplativas; Isabel retrata flores y yo… bueno, yo
todo lo demás. Algunas máquinas quitanieves están en los márgenes de la
carretera, preparadas para actuar incluso en estas fechas; tan sólo permanece
abierta durante los tres meses de verano, y en horario diurno.
Llegamos a los alrededores de
Salzburgo, nuestro hotel está en la periferia; un gigantesco mastín está tirado
en el porche, y nos da la bienvenida con una poco disimulada ventosidad. La
señora de la recepción cuida mucho más las formas a la hora de saludar, y me
indica la leñera donde puedo guarecer la moto de la fina lluvia que volvía a
caer.
Aún queda tarde para hacer una
primera toma de contacto con el centro de Salzburgo; es la cuarta ciudad de
Austria, con 150.000 habitantes, y lugar de nacimiento de Wolfgang Amadeus
Mozart, al que le bastaron 35 años de vida para convertirse en uno de los
músicos más influyentes de la historia. También son hijos de Salzburgo el
exmilitar y recordman de salto
estratosférico Félix Baumgartner, y el piloto de Fórmula 1 Roland Ratzenberger,
fallecido en 1.994 durante los entrenamientos del GP de San Marino. Al día
siguiente, durante la carrera, murió Ayrton Senna; el piloto brasileño llevaba
en su monoplaza una bandera austriaca, pretendía homenajear a Ratzenberger al
finalizar la carrera.
El club de fútbol de la ciudad,
antiguamente conocido como Austria Salzburgo, fue comprado en 2.005 por la
empresa Red Bull, cuya planta embotelladora está muy cerca de aquí; lo primero
que hicieron con el club fue cambiarle el nombre, y ahora es el “Red Bull
Salzburg”. Lo entrena el exjugador del Barça Óscar García Junyent.
Nos hemos acercado hasta una
parada de autobús urbano que, con una puntualidad maniática, nos ha depositado
en el centro de la ciudad. Salzburgo está partida en dos por el río Salzach,
que baja con un caudal inusualmente elevado. Nos dirigimos a la Mozartplatz,
donde está la oficina de turismo; una vez allí, aparte de procurarnos un mapa
urbano, hemos contratado para el día siguiente una excursión al Kehlsteinhaus, el “nido del Águila” de
Adolf Hitler.
Bajo la estatua de Mozart nunca
faltan músicos callejeros. Todo el centro histórico es Patrimonio Cultural de
la Humanidad por la UNESCO desde 1.996.
En la Catedral, se conserva la
impresionante pila bautismal de hierro, del siglo XIV, en la que Mozart fue
bautizado: tanto da dónde vayas en Salzburgo, el compositor austriaco es
omnipresente.
Pero la ciudad tiene otro
referente más contemporáneo y “cinematográfico”: Aquí se rodó, en 1.965, la
película The Sound of music, traducida
en España con el horroroso título de “Sonrisas y lágrimas”; ganadora de cinco
premios Oscar, narra en clave musical la enésima versión de cenicienta-conoce-príncipe
azul. Aún hoy, miles las personas buscan en Salzburgo los escenarios naturales
de aquella superproducción.
Por supuesto, sería “pecaminoso”
no detenernos ante la casa natal de Mozart, reconvertida en museo; está al otro
lado del río, que franqueamos por un puente peatonal plagado de candados que
cierran amores sin aparente fecha de caducidad.
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