La memoria de las flores

 En nuestro país hay un asunto que, visto desde más allá de nuestra burbuja, provoca desconcierto y reprobación: España es el segundo país del mundo con más cuerpos enterrados en fosas anónimas. Según estimaciones oficiales, más de 120.000 cadáveres se diseminan en 2.591 fosas.

Hay una determinada facción ideológica que justifica de manera más o menos vehemente la dictadura franquista, y bajo el pretexto de “no remover el pasado” niega a los descendientes de aquellos fusilados la obligación moral de proporcionarles una sepultura digna. En las antípodas de esa actitud, los grandes cementerios alemanes de Normandía acogen a decenas de miles de soldados que combatieron bajo la bandera del fascismo, unos por convicción y otros por obligación.

Esta es la historia de María Martín López, hija de Mariano y Faustina, residentes en la localidad abulense de Pedro Bernardo. En 1936, contando la pequeña María seis años, unos individuos irrumpieron en su hogar y se llevaron a Faustina por no pagar un impuesto de mil pesetas en beneficio de La Falange; fue rapada al cero y paseada a modo de escarnio por el pueblo. Dos días después, Faustina, otra mujer y veintisiete hombres fueron llevados hasta la carretera de Lanzahíta, donde fueron fusilados y enterrados en una zanja.

Consumado el asesinato, los sublevados apresaron a Mariano; el recién enviudado salvó la vida porque su patrón intercedió rogando clemencia. Mariano ingresó en prisión y María fue internada en un hospicio de monjas, donde su condición de “hija de rojos” le valió recibir un trato humillante, siendo obligada a comer guindillas con aceite de ricino para “purgar sus pecados”.

Años más tarde, María se casó. El primer hijo que tuvo le fue sustraído en el hospital: “me dijeron que había muerto, pero nunca hubo ningún documento ni funeral”, dijo.

Mariano murió en 1977 sin que fueran atendidas sus súplicas para exhumar a su esposa, es más, le conminaron a que “dejara de molestar, no fuera a correr la misma suerte que ella”. Fallecido el padre, María continuó la reivindicación. Aunque era tabú hablar de ello, todo el pueblo conocía el paradero de aquella fosa.

A todo ello, la vida continuaba en Pedro Bernardo. María siguió viviendo en obligada vecindad con los que arrebataron la vida de su madre, paradigma de lo inamovible que puede llegar a ser la vida rural. Al contrario de lo que hicieron con ella, María se guardó de señalar públicamente a los descendientes de aquellos asesinos al considerar que las nuevas generaciones eran “inocentes” de lo que habían hecho sus ancestros. En 1986 se declaró un pavoroso incendio forestal en el valle del Tiétar que calcinó 5.000 hectáreas, parte de ellas en el término municipal de Pedro Bernardo; algunas familias tuvieron que ser desalojadas, y María abrió su hogar a los hijos de uno de los verdugos de su madre.

Ya en plena democracia, la carretera de Lanzahíta fue repavimentada y ligeramente reformada para suavizar los ángulos de algunas curvas; el nuevo trazado sepultaba completamente la fosa. Por más que María se desgañitó en pedir que se exhumaran los cuerpos, las obras se llevaron a cabo. A partir de entonces, María se desplazó con terca regularidad hasta aquel punto preciso de la carretera para atar unas flores frescas en la valla quitamiedos. No dejó de hacerlo ni siquiera cuando necesitó un andador para desplazarse. De vez en cuando, aquellas flores desaparecían porque alguien se las llevaba con nocturnidad.



En 2011, María Martín fue la primera descendiente de represaliados que declaró como testigo en un tribunal: de manera paradójica, el acusado era el juez Baltasar Garzón, y su delito, abrir una investigación relativa a los crímenes del franquismo. María escribió cartas al Rey Juan Carlos, diversos presidentes autonómicos, del Gobierno y varios jueces. Aunque ninguno solucionó sus peticiones, todos respondieron, con una sola excepción: la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.

Resulta sorprendente descubrir la implacable determinación y humanidad contenida en la menuda figura de María Martín López. Su voz se extinguió definitivamente el 23 de julio de 2014 en el cercano pueblo de Buenaventura.

Acercarse al valle del Tiétar es un privilegio por sus estimulantes carreteras como la del puerto del Pico, unos pueblos de arquitectura tradicional y un clima suavizado  por el resguardo de la sierra de Gredos. La población de Pedro Bernardo se desparrama por la ladera de la sierra, ganándose así la coletilla turística de “balcón del Tiétar”. El visitante tendrá motivos más que justificados para disfrutar de una agradable estancia, y si circula por la carretera entre Piedralaves y Lanzahíta, a siete kilómetros del pueblo, seguramente no reparará en el enésimo ramo de flores atado a la bionda: “otro muerto en accidente de tráfico”, pensará con toda probabilidad…

Años después de su fallecimiento, alguien sigue considerando necesario mantener el ritual de María.


carretera antigua, se le superpone el trazado modificado

Pedro Bernardo


Texto: Manel Kaizen

Título y fotos: Quique Arenas

Foto de María Martín extraída del documental "el silencio de otros", dirigido por Almudena Carracedo y Robert Bahar. Productora: El Deseo.


Comentarios

  1. Gracias, amigo Manel, por regalarnos estas letras.
    Voy a buscar un pañuelo que se me ha metido algo en el ojo.

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  2. Que buen documento nos escribes!!! Ráfagas para María!!!!
    Gracias Manel!!!

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  3. Bravo por publicar esto en un mundo como este.

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  4. Historia conmovedora. Un escrito cargado de emoción relatando uno de los episodios más duros de esta España. Felicidades amigo ��

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  5. Habría mucho que decir y por desgracia no se aereglaría nada. Sólo decirte gracias por tener la valentía de escribir este relato.

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  6. Gracias Manel por no permitir que se olvide la parte negra de nuestra historia. Un saludo

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