El accidente ferroviario de Santiago
(Maquinista) –“…debe haber heridos, muchos (…) no puedo salir de
cabina, tenía que pasar a 80 y pasé a 190 o así… esto ya se lo dije al de
Seguridad, ya que eso era peligroso, que un día nos íbamos a despistar y nos la
íbamos a tragar, y me tocó a mí.
(CRC Atocha) –“Y tú, ¿estás bien?”
(Maquinista) –“Me duele la espalda, tengo la cara sangrando… eso ya se
lo tenía dicho al de Seguridad, que eso era muy peligroso, somos humanos y se
nos puede pasar… eso es inhumano, esta curva… con un anuncio de precaución no,
no… ¡Es que no puede ser, hombre! (…) Ay Dios mío, pobres viajeros, ojalá no
haya ningún muerto…
El 24 de julio de 2013, a las 20:41 horas, el tren Alvia 04155
procedente de Madrid-Chamartín y con destino Ferrol descarriló en la curva
llamada “a Grandeira”, a la altura
del barrio de Angrois, en la periferia de Santiago de Compostela. A bordo
viajaban 224 personas (218 viajeros, el maquinista, el interventor, un guarda
de seguridad, dos empleados del vagón cafetería y el maquinista que había
conducido de Medina del Campo a Ourense). El convoy circulaba a 191 kilómetros
por hora en una curva limitada a 80. Seis kilómetros antes, el maquinista había
respondido a una llamada telefónica de servicio, rebasando sin percatarse las
referencias de reducción de velocidad. Cien segundos después, a punto de
acometer la curva fatídica, el maquinista accionó los frenos de emergencia,
pero eso no fue suficiente y el tren descarriló. Uno de los vagones incluso
acabó saliéndose de la trinchera ferroviaria, acabando en la calle Angrois.
Ochenta fallecieron y todas las
demás, sin excepción, resultaron heridas de mayor o menor consideración. El
tren pasó de 179 a 0 kilómetros por hora en 10 segundos. Es el segundo
accidente ferroviario más grave en la historia del país, solo superado por el
triple choque de trenes de 1941 en Torre del Bierzo, con una cifra de víctimas
nunca cuantificada pero que en todo caso superó las 100.
En pocos minutos se presentaron
en el lugar más de 140 agentes de todas las policías, bomberos de siete
parques, veintiséis agrupaciones de Protección Civil, médicos de seis
hospitales y decenas de voluntarios de Cruz Roja. En total, trabajaron en el
accidente unas 3.000 personas. Todos los actos previstos para el Día Nacional
de Galicia fueron cancelados.
La investigación judicial se
prolongó hasta 2018, y concluyó que los responsables únicos del accidente eran
el maquinista Francisco José Garzón y el director de Seguridad en la
Circulación de ADIF, Andrés Cortabitarte.
Estos son los hechos que nos
contaron. Pero lo que pocos dirán en voz alta es por qué una línea de “alta
velocidad” circulaba por tramos en los que ni siquiera había electrificación, y
por qué una curva en la que había que reducir la velocidad de 200 a 80 kilómetros
por hora sólo estaba señalizada con una mera anotación en el libro de ruta de
los maquinistas y una señal vertical colocada más allá del “punto de no
retorno”. Esta es la intrahistoria del accidente ferroviario de Santiago.
En junio de 2010, alguien decidió que la vía de Ourense a
Santiago no sería de ancho internacional sino ibérico. Esta decisión,
justificada en una mayor operatividad e interconectividad de las líneas ya
existentes, acarreó un ahorro económico, del tiempo de finalización de la obra,
y la no obligatoriedad de implantar un sistema avanzado de balizas de seguridad.
El 23 de junio de 2011, el entonces ministro socialista de Fomento
José Blanco anunció que, en diciembre de aquel mismo año, la Alta Velocidad
llegaría a Ourense, Santiago de Compostela y A Coruña. Dos meses antes, Blanco
había firmado una modificación del proyecto del AVE a Galicia -que llevaba doce
años fraguándose-, y apremiaba a dejarlo concluido “antes de ocho meses”.
El 20 de noviembre de 2011, el Partido Popular ganó las elecciones y
se preparó para relevar al PSOE del Gobierno.
El 10 de diciembre de 2011, doce días antes de dejar la cartera
ministerial, el ya ministro en funciones José Blanco inauguró la línea de Alta
Velocidad Ourense-Santiago-A Coruña, con la presencia del presidente de la
Xunta Alberto Núñez-Feijoo y la sucesora en el ministerio de Fomento, Ana
Pastor.
Dos semanas después, el jefe de
maquinistas de la estación de Ourense envió un comunicado interno a su superior
(Jefe de Producción de los servicios Regionales de RENFE en Galicia), en el que,
entre otros asuntos, destacaba la peligrosidad de la curva de Angrois:
“(…) hay una transición (…) de 200 km/h a 80 km/h de forma brusca y sin
aviso previo por señalización de la vía y sin el amparo del ERTMS puesto que ya
se circula en ASFA [NOTA: El ERTMS finalizaba cuatro kilómetros antes de la
curva de Angrois]. Parece importante
estudiar la posibilidad de solicitar la implantación en la vía de señales de
limitación permanente a 80 km/h”.
ERTMS y ASFA son dos sistemas
ferroviarios de seguridad que monitorizan la actividad del tren mediante
balizas ubicadas entre los raíles. El ERTMS es el más avanzado, las balizas se
disponen de manera regular en la vía e informan constantemente al conductor de
la velocidad y la señalización, llegando a frenar el tren si no se obedecen
determinadas órdenes. Este sistema es de obligada implantación en todas las
líneas de Alta Velocidad. El ASFA funciona igual pero solo tiene balizas junto
a las señales verticales. Es el sistema implantado en la mayor parte de la red
de ancho ibérico. En el caso de la curva de Angrois, el accidente hubiera sido
evitable si hubiera habido una baliza ASFA o ERTMS en el lugar adecuado, pero
los expertos opinan que la posibilidad de accidente habría sido “mucho menor”
si aquella curva hubiera sido monitorizada por el ERTMS.
Volviendo al comunicado del jefe
de maquinistas de Ourense, el Jefe de Producción reenvió este documento al
Grupo de Seguimiento de la explotación de los trenes S-121 en Galicia, Aragón y
Cataluña, que se reunió en Madrid el 28 de diciembre de 2011. Según el acta de
la reunión, se analizaron determinados temas de aquel comunicado, pero no se
puso sobre la mesa el asunto de la curva de Angrois, ni en aquella reunión ni
en las siguientes.
(Fiscal) –“En referencia al
hecho este [circular con el sistema ASFA] y no otro, ¿pudo trascender en la
dinámica del accidente, o en su propia existencia?”
(Maquinista) –“Es que todo va en que yo tengo que saber que en ese
punto tengo que ponerme a esa velocidad, nada más”.
La investigación de este accidente
descubrió, de manera indirecta, una mala praxis de RENFE en relación a la
seguridad de los Alvia S-730: ante unos problemas del software que
interconectaba el tren con el ERTMS, los trenes S-730 circularon unos meses,
entre Santiago y Ourense, únicamente respaldados por el sistema ASFA, “en
beneficio de la puntualidad” según rezaba la circular enviada a su personal. El
fabricante del tren, Talgo-Bombardier, desaconsejó sin matices esta medida que
anulaba de facto la autorización para
circular de los S-730, obligatoriamente supeditada al correcto funcionamiento
del mencionado software.
Vayamos al tren. La serie 730 (llamada
“Alvia” por RENFE, “Supertren” por la prensa de la época y “Frankenstein” por los ferroviarios) fue construida –o más bien
“deconstruida”- por el consorcio Talgo-Bombardier para llevar expresamente la
alta velocidad a Galicia, y se puso en servicio en 2012. Básicamente se
cogieron 15 unidades de la serie 130 y se le añadieron dos vagones con un grupo
electrógeno y un depósito diésel de 1.600 litros inmediatamente detrás de las
locomotoras que abren y cierran la composición. Además, los bogies tenían un
sistema de rodadura desplazable, ya que ni el ancho internacional ni la propia
electrificación llegaban hasta Galicia por aquella vía. El cambio de ancho se
realizaba en la estación de Medina del Campo, aunque actualmente se utiliza el
intercambiador de Taboadela, cerca de Ourense. A fecha de escribir esta
crónica, unos dieciséis trenes pasan diariamente por aquel intercambiador.
Según las fichas técnicas del
730, los furgones generadores tenían un exceso estructural de peso, tanto de su
masa máxima como en el peso por bogie. Esta circunstancia motivó, en 2011, un
“informe de desviación” del fabricante, que consideró admisibles estos excesos
siempre que el S-730 no superara los 250 km/h, velocidad que baja a 180 km/h
cuando utiliza la propulsión diésel.
Observando las imágenes del
accidente (grabadas por las cámaras de seguridad de las vías y vistas hasta la
saciedad en todas las televisiones), el desequilibrio del Alvia accidentado
empezó con el vuelco del furgón generador que iba tras la locomotora de cabeza,
que arrastró a la propia locomotora y el resto de vagones. El análisis de las
imágenes por parte de diversos profesionales abre incluso la posibilidad de que
el tren hubiera podido negociar la curva sin descarrilar, pese a que el tren
había superado cuatro veces y media la velocidad crítica a partir de la cual
estaba en disposición de perder la verticalidad.
Una de las pasajeras
supervivientes del Alvia era la entonces diputada por el Partido Popular en la
Asamblea de Madrid María Teresa Gómez-Limón. La evacuaron con fracturas en el
esternón, un pie y la segunda vértebra cervical. Tres semanas después del
accidente, concedió una entrevista en un diario sin morderse la lengua: “No me creo que el error fuera solo del
maquinista, a mí que no me cuenten historias”. Gómez-Limón sostiene que la
línea ferroviaria se inauguró sin las medidas de seguridad exigibles, tildó a
los presidentes de RENFE y ADIF de “terroristas”, acusándoles de “ganar sueldazos por tener grandes
responsabilidades que luego no se les exigen”. También arremetió contra
José Blanco por “apresurarse a cortar la
cinta inaugural antes de marcharse” y contra su compañera de partido, Ana
Pastor, por no preocuparse de que la línea cumpliera con las medidas de
seguridad. Unos días más tarde, la diputada recibió en su casa una llamada de
Rafael Català, Secretario General de Fomento, censurándole que arremetiera de
aquella manera contra sus propios compañeros; Gómez-Limón, aún convaleciente
física y psicológicamente, le respondió que “en estas circunstancias, me importa una mierda lo que le pase al
partido”.
Al año siguiente, la Xunta de
Galicia quiso entregar unas medallas a las víctimas del accidente; un buen
número de ellas se negaron, aduciendo que “no querían las medallas, sino que
los políticos colaboraran en aclarar las responsabilidades del accidente”. La
ceremonia se celebró en el Ciudad de la Cultura de Santiago, y la Policía negó
la entrada a las víctimas. Entre ellas, estaba María Teresa Gómez-Limón, que
denunció la “dictadura que suponía querer silenciar a una parte de las
víctimas”. Aquel mismo año, Gómez-Limón se dio de baja en el Partido Popular.
El Parlamento de Galicia rechazó
hasta en cuatro ocasiones la creación de una comisión de investigación, con los
votos en contra del PP y la abstención del PSOE. Asimismo, el Parlamento
español rechazó en cuatro ocasiones, con los votos en contra del PP, que se debatiera
en el pleno la creación de una comisión parlamentaria. Esta obstinada cerrazón
a derecha e izquierda hay que buscarla en el “pacto de la curva”, acuerdo al
que llegaron PP y PSOE el día después del accidente, y que básicamente
consideraba este accidente como un “asunto de Estado” donde debían cerrar filas
para no afectar el contrato del AVE en Arabia Saudí, por entonces recientemente
firmado, y otro contrato apalabrado en Brasil, que finalmente no llegó a
concretarse. Los firmantes de aquel pacto fueron la ministra de Fomento Ana
Pastor y el líder socialista Alfredo Pérez Rubalcaba.
La Comisión para la Investigación
de Accidentes Ferroviarios (CIAF) elaboró un exhaustivo informe en cuya
resolución declaraba que el culpable único del accidente era el maquinista.
Resulta paradójico que al frente de la CIAF hay dos directores de seguridad de
RENFE y ADIF, lo que significa que investigadores e investigados estaban en el
mismo bando. La consultora INECO, también partícipe en la confección del
informe, es una sociedad igualmente participada por RENFE y Adif.
El accidente fue investigado por
el juzgado de instrucción número 3 de Santiago, al frente del cual estaba el
juez Luis Aláez. En su primer auto imputó a 22 cargos de ADIF, atribuyéndoles
una “grave falta de diligencia” por mantener en la zona el sistema de seguridad
ASFA en lugar del ERTMS. Un mes y medio después, la Audiencia Provincial de A
Coruña desestimó y desimputó a aquellos 22 cargos. El 9 de mayo de 2014, poco antes
de ceder la instrucción, el juez Aláez volvió a imputar a 11 cargos de ADIF que
en junio de 2010 modificaron el pliego de condiciones de las obras de alta
velocidad, dejando sin cobertura ERTMS parte del trazado; les consideraba “potenciales autores de un delito contra la
seguridad colectiva (…) y partícipes en los delitos de homicidio y lesiones por
imprudencia grave”. El 8 de octubre de 2014 la Audiencia Provincial de A
Coruña, a petición de Fiscalía y con el beneplácito de la Abogacía del Estado,
desimputó otra vez a los cargos de ADIF.
La Plataforma de Víctimas del
Tren Alvia de Santiago (que cuenta con unos 200 socios, y al frente de la cual
está Jesús Domínguez, ingeniero informático que sobrevivió al accidente con
graves secuelas), llevó el caso a la Agencia Europea de Ferrocarriles, la cual
dictaminó que “el riesgo de
descarrilamiento causado por un exceso de velocidad debe formar parte de la
evaluación del riesgo tanto de la empresa ferroviaria [RENFE] como del administrador de la
infraestructura [ADIF]”. El informe, demoledor, se exclamaba porque no
hubiera ningún ente independiente investigando este asunto. La ministra de
Fomento intentó bloquear la publicación de este informe, pero no lo consiguió.
Poco antes de su publicación, la Audiencia de A Coruña reabrió el caso,
incluyendo a Andrés Cortabitarte (director de Seguridad en la Circulación de
ADIF) como imputado, y por tanto abriendo la puerta a que la Administración
pueda ser condenada. Cortabitarte y el maquinista Francisco Garzón fueron los
dos únicos imputados que se sentaron en el banquillo.
El 5 de octubre de 2022 empezó el juicio, presidido por la magistrada
Elena Fernández Currás, celebrado de manera excepcional fuera del edificio de
los juzgados, en una sala especialmente habilitada de la Ciudad de la Cultura
de Santiago de Compostela.
El primero en declarar fue el
maquinista. Francisco Garzón repasó su trayectoria profesional desde que empezó
a trabajar en RENFE como maquinista, en 1982. Posteriormente, ratificó lo ya
dicho en la instrucción: que la responsabilidad de tomar aquella curva a la
velocidad correcta recaía exclusivamente del maquinista, pese a que hacía años
que existían balizas que podían corregir la velocidad del tren de manera
automática.
Se da la circunstancia que, a la
salida de aquella primera declaración, el padre de una de las víctimas agredió
levemente a Cortabitarte –le salió por la espalda y le propinó un puñetazo en
la cabeza, sin consecuencias aparentes-. Este incidente fue el pretexto para
que, al día siguiente, Cortabitarte se excusara de declarar, posponiéndolo una
semana. De esta manera, se limitó el impacto de contrarrestar la declaración
del maquinista, ganando siete días para reorganizar su defensa.
Finalmente, Cortabitarte declaró
el 13 de octubre de 2022. Empezó
diciendo que fue director de Seguridad de Circulación entre 2005 y 2013. Casi
de inmediato intentó zafarse de su responsabilidad diciendo que “no tenía
ninguna competencia en la evaluación de riesgos de la línea”, aunque finalmente admitió que sin su beneplácito, aquella línea
no habría entrado en servicio, matizando que su dictamen era “uno más” de los
necesarios. Buena parte de su declaración fue un rodeo constante y plagado de
tecnicismos a las preguntas concisas que le hacía el fiscal. No se salió ni una
coma del guion, y verbalizó en varias ocasiones que el culpable único fue el
maquinista.
Tras acabar el juicio, el
veredicto se hizo esperar casi un año. Finalmente, el 24 de julio de 2024 se dio a conocer la sentencia: dos años y medio
de prisión para el maquinista y también para Andrés Cortabitarte director de
Seguridad de ADIF, ambos condenados por un delito de 79 homicidios por
imprudencia grave. La sentencia estimó la culpabilidad, a partes iguales, del
maquinista por su despiste y de ADIF por la ausencia de medidas de seguridad
para mitigar el riesgo. La indemnización para las víctimas se fijó en 25
millones de euros, un 50% superior a lo estipulado para este tipo de víctimas,
al considerar la jueza que se debía reparar “el mayor daño moral que deriva de la vivencia de un accidente
catastrófico como el ocurrido o de la angustia, zozobra y ansiedad padecida por
los familiares de los viajeros que resultaron fallecidos”. A la magistrada
Fernández Currás no te tembló el pulso para señalar y condenar al cargo público
que la Fiscalía llegó a desimputar, y que además estaba defendido por la Abogacía
del Estado. La Plataforma de Víctimas del Alvia se siente avalada en la teoría
que siempre defendieron, la de una concatenación de culpabilidades que iba más
allá del error humano.
Es demasiado “casual” las prisas
de Fomento por inaugurar la Alta Velocidad en Galicia ante la inminencia de un
cambio de ciclo político. Dejadme pensar mal y deducir que José Blanco quiso
llevar los trenes rápidos hasta “su” tierra durante su mandato para mayor
gloria curricular, imitando lo que ya hicieron otros políticos en su momento: obras
faraónicas que les hacen explotar de orgullo ante sus paisanos, aunque sea
haciendo trampas como vender “Alta Velocidad” en vías de ancho ibérico que en
algunos tramos incluso están sin electrificar, obligando a construir trenes
mixtos que desbaratan la ingeniería de su concepción original. Ana Pastor, sucesora
de Blanco, tampoco asumió la responsabilidad exigida, limitándose a seguir
girando la rueda de decisiones ya tomadas.
Los principales grupos mediáticos
del país dieron por buenas las explicaciones oficiales, cargando el sambenito
al maquinista y pintando a las víctimas disidentes como un grupúsculo fanático,
desinformado y manipulado: un “cabeza de turco” con nombre y apellidos,
víctimas invisibilizadas y ausencia de responsabilidades políticas, aspectos ya
vistos en otros sucesos dramáticos como el accidente del YAK-42, el metro de
Valencia o el accidente aéreo de Spanair en Barajas.
Andrés Cortabitarte: el antecedente del Metro de Valencia
El desgraciado accidente del
Alvia ha destapado las similitudes con otro accidente de consecuencias fatales
donde también hubo una evidente ingerencia política, y en el colmo de las
casualidades, una misma persona bajo los focos: Andrés Cortabitarte, director
de seguridad en la Circulación de ADIF en el accidente de Santiago, y perito en
la investigación del accidente del Metro de Valencia.
El 3 de julio de 2006, dos
unidades del Metro de Valencia descarrilaron justo antes de entrar en la
estación de Jesús. Murieron 43 personas (entre ellas el maquinista Joaquín
Pardo), y 47 resultaron heridas. El convoy tomó la curva a 81 kilómetros por hora,
cuando el límite era de 40; los vagones volcaron, y el impacto contra el suelo
provocó la rotura de las ventanas, saliendo proyectados decenas de pasajeros,
incrementándose así el número de fallecidos.
Se da la circunstancia de que en
2003 hubo otro descarrilamiento en el mismo punto, también provocado por el
exceso de velocidad, aunque en aquella ocasión sin víctimas. Uno de los
maquinistas denunció por escrito la precariedad de aquella curva, limitándose
FGV a reforzar la señalización vertical.
El sistema de seguridad era el
llamado FAP (Frenado Automático Puntual), un sistema de balizas que detiene el
convoy si circula con exceso de velocidad. Sin embargo, este sistema solo
estaba instalado en puntos sensibles como por ejemplo los cambios de agujas.
Obviamente, la curva de la estación de Jesús no estaba balizada con el FAP.
El sistema FAP es mucho más
económico que el ATP (Automatic Train Protection), que supervisa la conducción
en toda la extensión de la línea, y es el más utilizado en la red de metros de
España. Los sindicatos de MetroValencia pidieron en 1998 la implantación del
ATP en todas las líneas, siendo desoídas sus peticiones.
Volviendo al día del accidente,
la televisión autonómica Canal 9 no cambió su programación, denunciando sus
profesionales que habían recibido “presiones políticas” para no magnificar el
accidente, pese al elevado número de víctimas mortales.
Todos los sindicatos y partidos
políticos de la oposición pidieron la dimisión del conseller de Infraestructuras José Ramón García Antón, entendiendo
que el accidente fue provocado por un déficit en inversión de seguridad para la
infraestructura. García Antón nunca reconoció su responsabilidad. Murió tres
años después, de un paro cardíaco mientras dormía la siesta.
Tras numerosas trabas, las Cortes
Valencianas crearon una comisión de investigación, que fue sistemáticamente
torpedeada por el Partido Popular, vetando la comparecencia de testigos clave.
La comisión se disolvió a los pocos días sin haber podido señalar a ningún
responsable político o técnico.
La “Asociación de Víctimas del
Metro 3 de Julio” solicitó repetidas veces entrevistarse con el presidente
Francisco Camps, negándose siempre a ello. Por otra parte, Juan Cotino,
exdirector general de la Policia y hombre de confianza de Camps, sondeó
discretamente a diversas víctimas y familiares del accidente, interesándose por
su intención de denunciar a FGV y ofreciéndoles empleos públicos y otras
dádivas. Juan Cotino murió en 2020 por complicaciones de la COVID-19.
En 2011, se supo que el
maquinista fallecido era epiléptico, y aun así se le autorizó a trabajar.
En 2012, trascendió que FGV había
aleccionado a diversos trabajadores para decirles lo que tenían que declarar en
caso de que fueran llamados a juicio.
En 2013, un documental desveló
que las ventanas del tren siniestrado, de cristal, fueron reemplazadas por
otras de plástico para evitar daños por vandalismo. Estas ventanas podrían no
haber sido convenientemente reforzadas a la altura del marco, lo que podría
haber facilitado su desencaje.
El libro de averías del tren, así
como las copias que debía haber por reglamento, desaparecieron y nunca fueron
halladas.
La instrucción del caso duró 12 años, y cuando en 2020 estaba a punto de iniciarse el juicio, un acuerdo entre las partes determinó la responsabilidad de cuatro directivos de Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana (FGV). Los condenados fueron el exjefe de la Línea 1 de FGV, Sebastián Argente, el exresponsable de Auditoría para la Seguridad y Circulación, Juan José Gimeno, el exdirector adjunto de Explotación, Vicente Contreras, y el exdirector técnico, Francisco García. Según el fallo, los cuatro conocían «las deficiencias de seguridad en el tramo subterráneo de esta línea, especialmente entre los tramos de Plaza de España y la estación de Jesús», donde el metro volcó cuando circulaba al doble de la velocidad permitida. A pesar de ello, «omitieron» su obligación de implementar medidas de seguridad tecnológica para controlar la velocidad en esta línea y «neutralizar» los riesgos de descarrilamiento y vuelco de los trenes, así como para resolver otras deficiencias relativas al «material móvil rodante» o la «formación y selección del personal para la tarea de maquinista». «Todos ellos eran conscientes de que tales deficiencias conllevaban un riesgo muy importante para la seguridad de los trabajadores y para los viajeros».
El 23 de febrero de 2007, el perito judicial Andrés María Cortabitarte presentó su informe sobre el accidente del metro de Valencia, que cargaba toda la culpa en el maquinista. Este informe fue el pilar sobre el que se asentó la defensa de todos los técnicos ferroviarios que en primera instancia fueron absueltos.
Cortabitarte cobró 212.717 euros por
la confección de aquel informe, cifra que algunos consideraron “excesiva”. El
pagador fue la conselleria de
Justicia de la Generalitat Valenciana, es decir, la misma administración que
era a la vez posible parte afectada en aquel informe. Poco después, entró en
Adif como director de Seguridad en la Circulación.
Andrés
Cortabitarte: el accidente de Arévalo
La medianoche del 26 de octubre de
2010, dos trenes de mercancías colisionaron en las inmediaciones de la estación
de Arévalo (Ávila). Un convoy estaba detenido ante un semáforo en rojo, y otro
lo embistió por detrás. El maquinista del segundo tren falleció. La causa del
accidente fue un fallo informático que dio vía libre al segundo convoy, pese a
estar la vía ocupada.
La empresa que realizaba aquellos
trabajos de software (Thales), recomendó a Adif la supresión total de la
circulación, extremo que no fue atendido. En la investigación posterior,
Cortabitarte manifestó que aquel accidente “fue
un gran fallo por parte de todo el mundo”.
La llamada “doctrina Botín”, consistente en que una persona solo puede ser juzgada si es imputada por la Fiscalía o alguna acusación particular, le impidió ser juzgado. El sindicato de maquinistas SEMAF se quedó solo señalándole, ya que la familia del maquinista llegó a un acuerdo. Solo fueron juzgados el jefe de Circulación de ADIF en la zona y el jefe de obras, pese a que tanto el juzgado de instrucción como la propia Audiencia Provincial de Segovia veían procedente imputar a Cortabitarte.
Nada raro ni que apeste a chanchullo político. Da que pensar en manos de quien estamos, quienes nos guían y quienes nos mandan. Como bien decía el gran forges: "País"
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