Lolo Pámanes, la artesanía del confort
Sólo con el título, muchos de
vosotros ya sabréis de qué va el tema: Pámanes es una localidad del
municipio de Liérganes, veinte kilómetros al sur de Santander y “encajada”
entre valles pasiegos y el parque de la naturaleza de Cabárceno. Pero Pámanes
también está ligado a una marca comercial que arrancó desde cero hace tres
años, y hoy está posicionada como una de las referencias nacionales en la
transformación de asientos de moto… ¿Cómo ha sido esto posible? Para saberlo,
nada mejor que ir al meollo de la cuestión, y pedirle a José Manuel Ruiz (“Lolo”),
que me abra las puertas de su empresa, o lo que es lo mismo, de su casa.
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fuente: lolopamanes.es |
Hasta no hace demasiados años, la
mayoría de motoristas nos conformábamos con los asientos de nuestras monturas
tal y como venían de fábrica, y ver alguna transformación en ellos (normalmente
en forma de combinación de colores y/o letras), era una “extravagancia” que a
menudo debía encargarse fuera del país. De manera paulatina, hemos ido
perdiendo el miedo a meterles mano, ya fuera para aumentar el confort, o bien
personalizarlos como un paso más para conseguir una moto singular y única, moda
que en principio parecía un capricho pasajero de “hipsters”, y que ha acabado convirtiéndose
en un nuevo nicho de mercado que le ha dado un inesperado (e interesantísimo)
impulso a la industria de las dos ruedas…
La cuestión es que, al principio
de manera tímida pero cada vez más a menudo, diversos tapiceros “de toda la
vida” han visto la oportunidad de revitalizar su negocio haciendo pinitos en asientos
de moto… “Lolo” fue uno de ellos, y viendo que los jóvenes de la “generación
Ikea” ya no tapizábamos nuestros muebles, sino que nos limitamos a tirarlos
para comprarlos nuevos, decidió que urgía buscar una alternativa que le sacara
de una decadencia anunciada. Y se fijó en las motos.
En 2011 empezó a sondear las
necesidades del mercado, en 2012 concretó el proyecto, y a partir de 2013, recicló el garaje de su casa en taller,
y se arrojó a la piscina sin salvavidas y sin tener claro si flotaría… Y vaya
si flotó: poniendo su honorabilidad como patente de corso, y quemando fines de
semana en ferias y exposiciones, Lolo y su familia iniciaron una
“evangelización” para intentar convencernos de que ellos tenían la fórmula para
mejorar nuestra calidad de vida sobre la moto, y que un asiento “made in Spain”
podía competir de tu a tu con la todopoderosa y experimentada industria foránea.
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fuente: Youtube |
Y los pedidos empezaron a llegar;
“Lolo” había dado en el clavo, y ciertamente los motoristas demandábamos el
derecho a no conformarnos con nuestro asiento original. Cerraron el primer año
con 400 pedidos, más de un asiento por día, y cuando el segundo año entregaron
600 más, creyeron que habían tocado techo… Hoy, con la cifra de pedidos
multiplicada, Lolo, su mujer y sus dos hijos trabajan al límite del destajo, pero
se niegan a cambiar su filosofía de producción, y cada asiento es una pieza
única a la que se le tiene que dedicar el tiempo que haga falta, circunstancia
que provoca listas de espera que se pueden prolongar durante varias semanas.
Estas son las palabras, ahora
toca pasar a los hechos…
Mi anterior Varadero tenía la
acreditada fama de salir de fábrica con uno de los asientos más cómodos del
mercado; pese a todo, y quien tira millas sabe esto, nunca hay suficiente
confort en una de aquellas etapas “de sol a sol”, así que busqué a un tapicero
para que le diera un extra de confort a la Honda en forma de implante de gel…
El resultado fue decepcionante, dando incluso un paso atrás respecto al asiento
original, ya que no hubo ningún avance aparente en ergonomía, y encima la
radiación del sol sobrecalentaba el gel, lo que provocaba algo que yo denomino “efecto huevos fritos”.
Entré en una fase de letargo y
malhumor con referencia a este tema, preguntándome si el problema era yo y mi
presunto culo sibarita… Sea como fuere, el asunto fue olvidándose conforme
incorporé el hábito de estirar las piernas cada 200 kilómetros o dos horas, por
cierto una actitud racional y recomendable para disminuir la fatiga y mantener
la atención en el pilotaje.
El año pasado, una Superteneré
sustituyó con honores a la desde entonces añorada Varadero. Pese a que hay diferencias entre las dos monturas, hay algo que las une: el asiento de espuma se convierte en un
tablón de madera con el paso de las horas. Volví a pensar en la cuestión del
gel, preguntándome si acaso no fui demasiado radical desechando esta cuestión
en su día, e intentando admitir que el problema de entonces no fue el método,
sino el operario.
Un breve sondeo entre compañeros
de ruta me reveló un tapicero cántabro que últimamente estaba en boca de todos,
y hacia el domicilio del cual me dirigí una mañana de niebla, aprovechando el
retorno de un viaje por el oeste del país… Muy cerca de mi destino, Pámanes,
no puedo abstraerme al privilegio de vivir en este paisaje permanentemente verde, sin presión demográfica ni artificios
inherentes a la vida urbana.
La “empresa” de Lolo Pámanes es
en realidad una de tantas casas a cuatro vientos que se dispersan por la zona,
y lo único que la distingue del anonimato es un discreto rótulo junto a la
verja de la entrada; el visitante primerizo entra con el recato de quien pisa
casa ajena, y el ruido de una grapadora industrial procedente del garaje ya me
indica el camino a seguir… Lolo, un tiarrón que eclipsa la luz del Sol, sale a
mi encuentro, acompañado de su hijo Pablo. En cinco minutos entienden
perfectamente lo que espero de mi asiento, y se ponen ipso facto manos a la obra.
Cualquier persona puede enviar y
recibir su asiento por mensajería, pero el espectáculo de ver en acción a la
familia Ruiz no tiene desperdicio alguno, son un equipo SWAT en el que todos
saben cuál es su tarea en un espacio aprovechado hasta el último milímetro:
diversos asientos en diferente estado de transformación se apilan en un
estante, y el tablero de trabajo rebosa de herramientas. Pablo se pone a
destripar, sin anestesia, el asiento de mi Superteneré con una sierra de corte
Bosch, mientras Lolo retoma la tarea que tenía entre manos, sentado en una
máquina de coser industrial; está ultimando un bordado textil que pronto
“vestirá” a una Deauville: pensaba yo que tal labor requeriría no molestar al
artesano, pero Lolo es de esos tipos con la inaudita habilidad de hacer dos
cosas diferentes al mismo tiempo, así que me pone al día de las peculiaridades
del negocio mientras sigue pespunteando como una ametralladora… Me cuenta la
(agradable) sorpresa que ha supuesto, y sigue suponiendo, la aceptación de su
trabajo. Actualmente hacen unos cinco asientos al día, y de momento no
contemplan “hacerse mayores” buscando un sitio más grande o contratando
personal externo: van a tope, pero todo queda en familia.
Su clientela es masivamente del
país, pero empiezan a recibir pedidos de Europa y América; al ser asientos
personalizados, la solución también ha de ser individual: asientos elevados, rebajados,
modificados en forma, con apoyo lumbar, calefactables… y por supuesto,
decorados de la forma que tu imaginación pueda concebir. El gel utilizado no ha
sido escogido al azar, viene servido por un fabricante norteamericano, y es de
composición inexpandible. El último paso es la impresión térmica del logotipo
corporativo en la parte superior del asiento, al estilo de los artistas que
firman sus cuadros, y que más allá del marketing, es un compromiso de que, para
bien o para mal, aquella “criatura” es obra de ellos.
Tan sólo una hora después, tengo
dos sorpresas, la primera es que mi asiento ya está acabado y montado, y la
segunda es que casi me siento uno más de la familia Ruiz: pese a ser un
desconocido, el trato no ha sido el típico de comerciante-cliente, sino más
bien el de un amigo que pasaba por allí para ver qué tal va la vida.
Comprobada la excelencia en el
trato humano, sólo faltaba testar la calidad del producto, y las circunstancias
eran las adecuadas: me separaban setecientos kilómetros de casa, y la intención
era llegar cuanto antes para que no me sorprendiera la noche. Durante todo el
trayecto de vuelta, tuve tiempo de pensar sobre muchas cosas, ninguna de ellas
relacionadas con el dolor que hasta entonces había padecido allí donde la
espalda pierde su nombre: Lolo se ha quitado la chistera, lo ha metido dentro,
y tras agitar su varita mágica, lo ha hecho desaparecer.
Vivimos tiempos de culto a la
maximización económica por encima de todo, así que encontrarte con un
“artesano” de aquellos de toda la vida, y que además sabe hacer su arte, es una
excepción que bien se merece escribir esta crónica.
Muchas gracias Manel Kaizen por ser motero
ResponderEliminarUn abrazo desde Pámanes
Gracias a vosotros, abrazos de vuelta y... hasta pronto!
EliminarHola Manel! Comparto totalmente este texto! Yo tengo un asiento de lolopamanes y es lo mejor que le he puesto a la moto!
ResponderEliminarAnimo y a seguir escribiendo como lo haces, que se define con una palabra, genial!
Sldos!
Hola Javi! Desde luego, cuesta encontrar a alguien descontento con el trabajo de Lolo...
EliminarMuchas gracias por tu seguimiento, un saludazo y nos vemos en ruta!
¡Me alegro que este proyecto familiar sea un verdadero éxito! Espero que con vuestra ilusión siga así. Me consta que las nuevas generaciones del taller vienen pisando fuerte. Un fuerte abrazo a todos
ResponderEliminarAmén, Javier!
EliminarSaludos y buena ruta!