La Ardilla Vuelve... porque los viejos rockeros nunca se fueron
En 1982 nacieron, de manera
simultánea, dos grandes concentraciones motociclistas invernales: Pingüinos en
Valladolid, y la jienense Ardilla; pese a las convulsiones vividas durante todo este tiempo, una de ellas fue, es y seguirá siendo referencia en el calendario motero,
y la otra languideció hasta desaparecer en el olvido… hasta este año.
Los más veteranos recordarán
aquel espíritu rompedor de las concentraciones invernales, en las que la ropa
“técnica” eran papeles de periódico rellenando la chupa, y el equipaje iba
atado con pulpos en la parte posterior de aquellas deportivas de media
cilindrada que tan bien se vendían entonces… Pernoctar en una confortable habitación de
hotel nunca fue opción, y tampoco había redes sociales para vender aquel feliz
suplicio como una cosa épica: sencillamente era algo que se hacía en nombre de
la amistad y la aventura.
Siempre se ha dicho que España es
un país ideal para no guardar la moto ningún mes del año, pero todos sabemos lo
radical que puede ser el inverno tierra adentro… Como se apuntaba al principio
del artículo, Pingüinos es una de las “grandes” citas invernales a nivel
europeo, pero también hay otras concentraciones mucho menos dimensionadas, que
han hecho precisamente de su pequeño formato la oportunidad de formar parte de
una “maravillosa minoría” que se cita en Argüís (decana de las invernales, por
cierto), o Manzanera, por citar dos a bote pronto… La Ardilla formó parte de
este selecto grupo, agrupando en los alrededores de Jaén a los motoristas más
desacomplejados de la zona... Y así fue hasta el último año del siglo pasado,
cuando los organizadores se desmarcaron del evento, sin que nadie cogiera el
testigo.
Tuvieron que pasar 20 años para que
tres nostálgicos de aquella Ardilla original (Pedro Martos, Javier Blasco y
Juan Caballero), retomaran la idea con motivación adolescente y corazón de
viejos rockeros; tras pelearse con diversas instituciones –algunas
decepcionantemente poco receptivas-, finalmente sedujeron al ayuntamiento de La
Guardia de Jaén, que puso los medios para que la concentración finalmente
encontrara cobijo… ¡Y menudo cobijo! Nada menos que la cima del cerro San
Cristóbal, junto a la ermita de San Sebastián, con vistas privilegiadas a la
ciudad de Jaén y las sierras del sur de la provincia, plagadas de olivares; el acceso hasta allí, superando escalofriantes rampas, prácticamente compensa el viaje.
Retomar una concentración después
de tantos años, y sin que ninguno de sus antiguos organizadores quisiera formar
parte, era un enigma que acabó resolviéndose con 1500 asistentes (300
formalmente inscritos en un evento que no tenía “puertas”), 90 acampados,
diversos conciertos, la rifa del sábado por la noche, y cuatro rutas a elegir
durante el domingo, por cierto una de ellas con estacionamiento frente a la
catedral de Jaén, excepcionalidad facilitada por el consistorio.
Haciendo balance de lo vivido,
parece ser que la Ardilla ha vuelto para quedarse. Como en los viejos tiempos
¡Mucha suerte y hasta el año que viene!
¡Mucha suerte y hasta el año que viene!
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